lunes, 20 de julio de 2015

DEMOCRATIZACIÓN EN LAS RELACIONES FAMILIARES

Relaciones democráticas al interior de la familia

En la construcción social de las relaciones de género, el eje central está situado en la dominación masculina y la subordinación femenina. La identidad es construida por el deseo y el inconsciente, la historia personal, las relaciones en la familia, la escuela y otros contextos. La identidad de género comienza a construirse tempranamente, pero puede ir transformándose a lo largo de todo el ciclo vital. Este proceso de construcción se realiza al principio en las relaciones primarias y luego es reforzado o transformado durante las experiencias que se desarrollan en los grupos de pares, amigos, novios, en la escuela, el lugar de trabajo y otros espacios de pertenencia.
Con respecto al poder, una relación de este tipo de los hombres sobre las mujeres es legitimada socialmente y convertida en autoridad masculina. El modelo patriarcal de familia se funda en el supuesto de complementariedad entre varones y mujeres, con una posición jerárquica diferente. La organización del poder está basada en la jerarquía masculina y, por lo tanto, legitima el poder de los varones. Un modelo familiar diferente, más democrático, se caracteriza por la simetría de las posiciones de los adultos en el grupo familiar. Este modelo sostiene un criterio igualitario del poder y de la autoridad entre varón y mujer, y un enfoque democrático y consensual de la crianza de los hijos. En las relaciones simétricas, tanto hombres como mujeres poseen las mismas obligaciones, ninguno tiene específicamente prerrogativas y se puede establecer la interdependencia en la relación asociada a la autonomía de los sujetos, considerándolos en su integralidad.
Los procesos de formación en democratización familiar, tienen como objetivo promover herramientas en los y las  participantes para desarrollar conciencia sobre los estereotipos de género  a través de los cuales se relacionan en sus familias y en las diferentes esferas de su vida cotidiana y con los cuales juzgan y evalúan la vida propia y la vida de los demás.
Cuando hablamos sobre la erradicación de la violencia de género, el enfoque de la prevención ha sido uno de los temas menos debatido y menos esclarecido, por razones múltiples. Se visualiza como un tema que no puede ser fácilmente medible y, por tanto, evaluable. Las políticas de atención o de sanción cuentan con todo tipo de registros: casos atendidos; denuncias realizadas; casos llevados a la justicia; demandas registradas.
En México con el equipo de democratización familiar se desarrolló un análisis de las transformaciones de las representaciones sociales de género de los y las participantes en los procesos de formación de los diplomados. Este tipo de registro se realizó a través de un cuestionario cualitativo aplicado al comenzar el proceso de formación, al igual que evaluaciones periódicas al final de cada módulo donde los y las participantes autoevalúan sus propias transformaciones en un taller de reflexión colectiva. Así, al finalizar el proceso de formación, se aplicó  un cuestionario con preguntas que exploran sus concepciones de género y relaciones familiares.
Este resultado muestra que los programas de prevención necesitan un largo plazo para poder tener un impacto que ofrezca repercusiones en una mayor equidad de género, pues la evaluación informa un proceso de transformación de las creencias, emociones y conceptos en torno al género.
La violencia hacia las mujeres tomo importancia para el ámbito de los derechos humanos, y se volvió relevante para la agenda internacional, pero a pesar de esto, las mujeres siguen siendo objeto de violencia. La Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL) entiende que la violencia hacia  la mujer es el factor central de desigualdad y de discriminación en las relaciones entre varones y mujeres. Los aspectos políticos y los aspectos jurídicos de la violencia de género resultan claves para reflexionar sobre el enfoque que ha prevalecido en términos de su regulación, definición e implementación de políticas-
Una de las raíces del problema es que el enfoque que se adopta para entender e intervenir sobre la violencia de género. Puesto que cada enfoque ofrece diferentes perspectivas para ver el problema y en consecuencia, es diferente la forma de actuar en el ámbito político. Así, por ejemplo, el concepto de víctima con que se manejan las políticas de erradicación de la violencia de género o los conceptos de víctima y victimario remiten a un vínculo cristalizado en una relación de dominación donde las políticas gubernamentales tienen que adoptar un criterio de salvar a la víctima y de sanción al victimario. Lo que no se visualiza, es que desigualdad y violencia van de la mano y en la medida que solo vemos y actuamos sobre los resultados de la violencia no estamos actuando sobre uno de los generadores de su reproducción, los cuales son los modelos que se repiten y recrean constantemente en las familias. En cambio, si enfrentamos la desigualdad mediante la prevención de la violencia estamos atacando la raíz de la dominación, transformamos el patrón que genera los mecanismos de repetición de violencia y dominación, por lo que apostamos a interacciones democráticas y libres.
El concepto de prevención de violencia de género en las familias se relaciona con la posibilidad que desarrollan mujeres y hombres de construir vínculos que se basen en la corresponsabilidad entre los géneros y los derechos humanos de cada miembro de los grupos familiares. Entonces  una familia democrática supone un proceso de construcción de reglas a través de acuerdos que conllevan negociaciones que implican varios procesos simultáneos, la escucha del otro/a para desarrollar empatías, la introspección para reconocer deseos personales y a partir de ahí la posibilidad de romper silencios dialogando. Es decir, requiere tanto el contacto con uno mismo como la empatía con los otros.
El enfoque de democratización familiar promueve procesos de corresponsabilidad entre los géneros, reconocimiento de la autoridad de las mujeres equitativamente con los hombres, reconocimiento de los niños y niñas como sujetos de derechos y agentes activos en la toma de decisiones familiares. Promueve procesos de transformación de los sistemas de autoridad familiares, en función de que las políticas públicas reconozcan las nuevas diversidades familiares, afianzando el poder y la autoridad de las mujeres, el respeto a las elecciones sexuales diversas, la conciliación entre familia y trabajo para las mujeres y el desarrollo de nuevas masculinidades que puedan participar en los procesos de equidad y democratización de las familias.
La mayoría de los datos en México y en el mundo señalan que los agresores en la vida doméstica son, en mayor proporción, el padre y esposo de la víctima, y en menor proporción, la madre. La extensión del fenómeno nos indica que las raíces de dicha violencia hay que buscarlas en prácticas de autoridad y de relaciones entre géneros que se fundamentan en valores e ideologías legitimados socialmente que justifican el maltrato.
La gravedad del fenómeno también se basa en las interrelaciones del fenómeno de la violencia en la vida privada y en la vida pública. Los microcosmos y macrocosmos de la violencia tienen raíces  comunes, valorativas y económicas – sociales: las concepciones sociales de género y de autoridad y la tolerancia y justificación de la descripción de los mecanismos de protección social, que se han agudizado con las políticas neoliberales y ajuste económico en las últimas décadas. S
Los cambios en las estructuras en México en las últimas décadas representan parcialmente respuestas a la crisis  y al deterioro económico de los grupos domésticos, pero también reflejan cambios demográficos y valorativos del concepto de familia y de las identidades de género, es decir, la mayor variedad de estructuras familiares que significan nuevas pautas de convivencia, así como nuevos sistemas de autoridad.  Algunas de estas nuevas estructuras implicaron cambios en las relaciones de género y autoridad cuando la mujer es jefa y no depende de ninguna autoridad masculina, o cuando las mujeres trabajan y participan en el mundo público.
Para enmarcar el concepto de democracia en todos estos procesos de transformación tanto en la esfera pública como en la privada, se hace necesario pensar en el desarrollo de las políticas sociales que favorezcan una concepción de género que promueva la democratización de las familias, lo cual supone la responsabilidad paterna y domestica del hombre y la mayor autonomía y autoridad femenina.

La desigualdad de derechos y deberes hacen que surja la necesidad de desarrollar políticas públicas que incidan en los espacios familiares para lograr una distribución más equitativa de derechos y responsabilidades. Es importante considerar a la familia como un espacio que puede democratizarse, sobre todos entendemos a cada miembro del grupo familiar, hombre, mujer, niña o niño, como sujeto de derechos, deseos e intereses diferenciados, todos igualmente legítimos y con igual derecho a incidir en la estrategia familiar. 


Definición Autoridad democrática en las familias

AUTORIDAD DEMOCRÁTICA EN LAS FAMILIAS


En primera instancia es necesario tener en cuenta el concepto de socialización familiar el cual es entendido como “Un proceso de interacción entre la sociedad y el individuo, por el que se internalizan las pautas, costumbres, valores compartidos por la mayoría de los integrantes de la comunidad, se integra la persona en el grupo, se abre a los otros, convive con ellos y recibe la influencia de la cultura, de modo que se afirma el desarrollo de la personalidad” (Fermoso, 1994). Así pues se abre paso en segunda medida al micro eje de autoridad democrática, donde se establecen unas normas y reglas mediante el diálogo, el acompañamiento, la reflexión y la revisión constante, apoyada en la ternura y la firmeza, sin gritos, amenazas o castigos, ayudando a fortalecer las uniones o los vínculos afectivos entre los integrantes de la familia.


Es así como en el marco de la autoridad democrática se deben tener en cuenta las normas y límites como un elemento central para lograr la democratización de las relaciones al interior de los grupos familiares, la cual implica que la autoridad como tal, esté sujeta a las decisiones en consenso y bajo el principio de negociación entre la familia, independiente de su tipología, permitiendo que los sujetos hagan visible todo el proceso de agenciamiento, es decir,  mirar la autoridad como un elemento que permite construir escenarios para el potenciamiento de sus capacidades y oportunidades y así lograr el desarrollo humano[1].


BIBLIOGRAFÍA
Fermoso Estébanez, P. (2003). ¿Pedagogia social o ciencia de la educación social? Revista Interuniversitaria , 61-84.


[1] El Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD)  afirma que “El desarrollo humano es mucho más que el crecimiento o caída de los ingresos de una nación. Busca garantizar el ambiente necesario para que las personas y los grupos humanos puedan desarrollar sus potencialidades y así llevar una vida creativa y productiva conforme con sus necesidades e intereses. Esta forma de ver el desarrollo se centra en ampliar las opciones que tienen las personas para llevar la vida que valoran, es decir, en aumentar el  conjunto de cosas que las personas pueden ser y hacer en sus vidas. Así el desarrollo es mucho más que el crecimiento económico, este es solo un medio –  uno de los más importantes – para expandir las opciones de la gente.”